La innovación como motor del cambio; L.V.Beethoven y su tercera sinfonía, la música jamás volvió a ser lo mismo.

“Nunca andes por el camino trazado, pues te conducirá únicamente hacia donde los otros fueron”

Graham Bell
Científico, inventor y logopeda británico. Contribuyó al desarrollo de las telecomunicaciones y a la tecnología de la aviación.

A través de Ferndinand Ries, alumno de Beethoven, nos llega este testimonio:
“En aquel momento, Beethoven sentía la más alta estima hacia Napoleón y lo comparaba con los grandes cónsules de la antigua Roma. (…) Yo fui el primero en darle las noticias de que Bonaparte se había declarado Emperador, tras lo cual estalló en cólera y exclamó: “¡Así que no es más que un común mortal! Ahora también pisoteará los derechos del hombre y se abandonará únicamente a su ambición. ¡Se ensalzará a si mismo sobre los demás convirtiéndose en un tirano!” Beethoven fue a la mesa, arrancó la portada, la partió por la mitad y la lanzó al suelo”. Una reacción vehemente de alguien que ve sus ideales traicionados…

Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 – Viena, 1827) en los primeros años del siglo XIX compuso una obra absolutamente revolucionaria, por su estructura, densidad, empuje innovador y por el mensaje que llevaba escrito en la primera página de la partitura: Bonaparte. Su tercera sinfonía. Estrenada en un concierto privado en 1804, abrió las puertas del romanticismo y cimento la idea del revolucionario Beethoven por la admiración del maestro hacia Napoleón y su posterior desencanto cuando se hizo coronar Emperador. Sin embargo pocos saben que el genio construyó esta obra maestra en uno de los  momentos más difíciles de su vida. 



Este relato nos cuenta la pasión del maestro por “casi” todo. Pero de lo que quiero hablar no es tanto de lo que encierra esa partitura en términos ideológicos, sociales y políticos del compositor. Le cuento esto porque me parece importante que entienda a la persona, a Ludwig y no tanto al personaje Beethoven y le invito a leer e informarse sobre el ideario político del genio. Aunque creo que es más certero escuchar su novena sinfonía, y leer el texto recogido en la oda a la alegría. La letra es una adaptación no literal que él mismo hizo sobre un poema de Schiller, adecuándolo debidamente a las necesidades métrico-musicales. Para poner cierta luz y contexto, la oda iba a ser originariamente una oda a la libertad “Ode an die Freiheit”, pero posteriormente se convirtió en la oda a la alegría  “Ode an die Freude” definitiva, ampliando su significado estético político: el destino del hombre es la libertad y el desarrollo completo de ese destino debe converger en la alegría.




La versión de dicha Oda a la alegría utilizada por Beethoven traducida al  español es la siguiente:

¡Oh amigos, cesad esos ásperos cantos!
¡Entonemos otros más agradables y
llenos de alegría!
Alegría, alegría!

¡Alegría, bella chispa divina,
hija del Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez,
¡Oh celeste, en tu santuario!

Tus encantos atan los lazos
que la rígida moda rompiera;
y todos los hombres serán hermanos
bajo tus alas bienhechoras.

Quien logró el golpe de suerte,
de ser el amigo de un amigo.
Quien ha conquistado una noble mujer
¡Que una su júbilo al nuestro!

¡Sí! que venga aquel que en la Tierra
pueda llamar suya siquiera un alma.
Pero quien jamás lo ha podido,
¡que se aparte llorando de nuestro grupo!

Se derrama la alegría para los seres
por todos los senos de la Naturaleza.
todos los buenos, todos los malos,
siguen su camino de rosas.

Ella nos dio los besos y la vid,
y un amigo probado hasta la muerte;
Al gusanillo fue dada la Voluptuosidad
y el querubín está ante Dios.

Alegres como vuelan sus soles,
A través de la espléndida bóveda celeste,
Corred, hermanos, seguid vuestra ruta
Alegres, como el héroe hacia la victoria.

¡Abrazaos Millones de seres!
¡Este beso al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada
Debe habitar un Padre amante.

¿Os prosternáis, Millones de seres?
¿Mundo presientes al Creador?
Búscalo por encima de las estrellas!
¡Allí debe estar su morada!

Casi nada, ¿verdad?, lo que magnifica más este texto es conocer cuáles eran las condiciones sociales, relacionales y sanitarias del compositor. Si en semejantes condiciones pudo componer esta obra… tenemos uno de los mayores ejemplos de emprendimiento e innovación. Sin palabras.

Pero volvamos a su tercera sinfonía. Un momento particularmente sublime ocurre en el primer movimiento justo antes de la reexposición,  una sección de la forma compositiva sinfonía-sonata, en la que se vuelven a presentar los temas utilizados anteriormente en la sección obviamente llamada “exposición”. Los temas en la reexposición generalmente se presentan modificados. En este caso, una trompa sola se “adelanta” entrando con el tema principal, en una leve disonancia con el resto de los instrumentos, cuatro compases antes de la “verdadera” entrada. Ferndinand Ries, el discípulo de Beethoven que he citado con anterioridad, reseñó esto sobre este pasaje: “El estreno de la sinfonía fue terrible, pero el trompista hizo bien lo que tenía que hacer. Yo estaba sentado cerca a Beethoven y, creyendo que había entrado mal, le dije: « ¡Condenado trompista! ¿Acaso no sabéis contar? Esto suena espantosamente mal». Pensé que mis oídos se iban a desencajar. Beethoven no me lo perdonó durante mucho tiempo”.

Se cuenta además que Joseph Haydn, mayor que Beethoven y uno de sus maestros compositores de referencia, cuando la escuchó por primera vez, exclamó; “algo ha cambiado hoy, la música jamás volverá a ser la misma”.

¿Qué sucede con esta sinfonía? ¿Qué significó? La respuesta parece sencilla, combinaba lo nuevo y lo existente, obteniendo un valor mayor que el que daba el paradigma compositivo de su época. Pero no es tan sencillo. Efectivamente recoge  lo compositivamente existente, y añade algo nuevo, que fuerza a que a partir de ese momento, la música realizada antes de esa fecha pase a ser reconocida como de un anterior paradigma estético, creativo, social e histórico.

Beethoven tenía y vertebraba todo aquello que es necesario para innovar y emprender: La actitud inquieta de búsqueda, la aptitud de saber ser libre y genuino, teniendo el conocimiento y la falta de miedo para re-mirar la realidad en la que se vive y de esta forma, descubrir nuevas maneras de aportar mayor valor que el que se obtiene desde el paradigma que sustenta su realidad.   

La actitud inquieta de búsqueda.

Pero retrocedamos un poquito, vayamos a Mozart, seguro nos va a ayudar a entender mejor a Beethoven con su imparable hecho, mediante la innovación constante  “hacer” del cambio de paradigma su máxima expresión. Para ello le presento una palabra, actitud, o lo que es lo mismo, el estado del ánimo que se expresa de una “cierta” manera

Limpio, puro y cristalino, con estos tres adjetivos se define la música Mozartiana. Basta comprender que la interpretación de cualquier línea musical del gran maestro requiere una finura, delicadeza y técnica que son desbordantes para muchos de los grandes intérpretes, los de siempre y los de ahora.

Todos aquellos que de alguna manera se han enfrentado a cualquier pentagrama de su literatura musical se preguntan el porqué de esa complejidad invisible y la respuesta se deja intuir. Una mezcla de conocimiento, experiencia y prueba - error continuo nos hacen ser conscientes de la extrema dificultad de su interpretación. Lo curioso de todo esto es la aparente facilidad que irradian sus partituras, realmente los recursos musicales que utiliza son básicos, sus aspectos formales son prácticamente de libro, pero y ahí está su gran virtud, lo esperado nunca aparece porque es una sucesión de belleza inesperada, perlas que se descubren ante cualquiera que sepa escuchar, modelos que vienen de un eterno ejercicio de búsqueda y descubrimiento. Sencillez y complejidad de manera simultánea e inmediata y puro descubrimiento e inventiva en su secuencia discursiva.
El gran misterio de este gran maestro se encuentra en su propia actitud emprendedora e innovadora; conocimiento de su oficio, agudeza de medios, distribución inteligente de sus recursos e inventiva continuada a lo largo de toda su acción artística para emprender o lo que es lo mismo; acometer y comenzar algo, tomando el camino con resolución de llegar a un punto introduciendo novedades.

Por qué el Salieri de turno no llegó donde Mozart llegó, es algo que está relacionado con esto que estoy describiendo, que no es más que la actitud de búsqueda, compromiso e innovación que se da en cualquier aspecto de desarrollo del ser humano, sea en el arte o en el mundo de los negocios, la política... El dotarse del don necesario para la creación de belleza, en el caso de la poética y creación artística, está vinculado a la actitud de emprender, encontrar, buscar, arriesgar y no solamente del buen hacer del excelente profesional del oficio correspondiente que posiblemente no pase de realizar cosas tremendamente correctas. No es de corrección de lo que estoy hablando, que obviamente es un aspecto realmente importante en cualquier ámbito, es de posibilidades de reinvención, de articulación de nuevos caminos, de descubrimientos posibles, de sostenibilidad inteligente….

La actitud de emprender e innovar es algo consustancial al ser humano, pongamos el ejemplo de aquel/los primer/os grupo/s de homínidos humanos que poniéndose erguidos consiguieron miles de años después llegar a la luna. Me refiero a que si estamos en la cúspide de la cadena trófica es entre otros muchos aspectos por la actitud de nuestra especie ante el hecho de la supervivencia y la reproducción y la consiguiente innovación y desarrollo en los planos más básicos de nuestra existencia.

No quiero decir con esto, que semejante actitud emprendedora e innovadora sea común a tod@s los individuos de nuestra especie. Las obras de Mozart son escasas, lo sublime de Mozart es intangible y la realización de su poética necesita de tiempo y desarrollo para alcanzar y consolidar su interpretación. No será entonces que nos preguntamos tanto por el encuentro del emprender e innovar porque esa actitud es tremendamente escasa, porque cuando se da es intangible y porque como toda fuerza potencial necesita de tiempo de espera para su desarrollo y consolidación.

Y si esto es ciertamente así ¿encontraremos paradojas de la propia estructura político económica que ahora ha caído en la cuenta de la fuerza de esa actitud? No olvidemos esto; el valor constructivo mozartiano se debe a la sencillez y complejidad que se da de manera simultánea e inmediata y del puro descubrimiento e inventiva que se encuentra en su secuencia discursiva y temporal, o dicho de otro modo, valor potencial intangible y tiempo de desarrollo del mismo, reconocimiento explícito de ese valor intangible y mecanismos estructurales que lo hagan posible, repito entonces, ¿encontraremos paradojas de un sistema político – económico inalterado por décadas que ahora ha caído en la cuenta de la fuerza de esa actitud emprendedora e innovadora?

1.     Primera paradoja; algo que dota valor es considerado inútil en muchas empresas españolas. Es complicado, mejor seguir haciendo lo mismo…

2.     Segunda paradoja; algo extremadamente necesario para nuestra propia supervivencia es extremadamente inexistente como valor personal en nuestra sociedad, ¿autónomo? ¿Estás loco?

3.     Tercera paradoja; algo que está dotado de valor intangible no es reconocido por ninguno de los eslabones de la cadena de valor de cualquier sector en nuestra sociedad como realmente diferencial, único y valioso. ¿Parece buena idea, y entonces…  dónde dices que se ha hecho antes?

4.     Cuarta paradoja; no existe tiempo para la espera, negocio es todo aquello que requiera esfuerzo contenido, poco tiempo de desarrollo y conlleve siempre márgenes galopantes. Lo quiero para ¡ya!

5.     Quinta paradoja; El grupo de homínidos humanos que prefiera seguir al grupo de liderazgo que iniciar su propia andadura se reservará siempre los peores frutos, se antepone el suicidio colectivo a la supervivencia del grupo. ¿inventar?... mejor copiar.

6.     Sexta paradoja; El que innova tiene rango y campo de interacción, esto es; la actitud de innovar está relacionada con la edad, joven, la actividad académica, recién licenciado y la experiencia empresarial, básica. ¿Eres mayor de 30? ¿Has fracasado anteriormente? ¿Tienes una gran experiencia? Olvídate entonces de emprender, no tienes el perfil. (sic)


Volvamos a Mozart, uno de sus grandes dones es la de convertir la relación entre el tiempo y la materia sonora en algo transcendental, tempo artístico lleno de plenitud y sentido. Es decir, convertir aquello que para el común de los mortales es la acción del discurrir del tiempo (no importa sea tiempo plegado a lo natural o al uso productivo del mismo) en espacio lleno de transcendencia. Tempo en definitiva que nace de la espera, del desarrollo del material poético en el transcurrir del discurso musical. La idea se dibuja y se realiza porque en definitiva se sabe esperar.

Don Giovanni, una de sus óperas más famosas, en su grito de libertad, hace propia la idea de la promesa incumplida, o el terreno viscoso y denso de un tiempo transcendido hecho tempo poético, que como cualquier peón de una partida de ajedrez es capaz de convertirse con capacidad, inteligencia, innovación y estrategia en la figura elegida capaz de hacer cumplir el objetivo del juego; emprender e innovar para “ganar la partida” y sobrevivir.
Se emprende y se innova en el arte para transcender, para convertir lo esperado en territorio poético e inexplorado, surcando los caminos de otros territorios dotados de un sentido diferente al que esperábamos encontrar. Se emprende y se innova en el arte para sobrevivir y convertir lo realizado en universo artístico fuera de la corrección esperada y asimilada con prontitud. Se emprende y se innova para llegar al objetivo del juego. Competir.

Esa es la actitud de supervivencia y de adaptación real al entorno, sea este más o menos competitivo, porque no es la competencia la que incide en esa actitud, en todo caso supone una presión hacia el florecer de esa actitud, es el ejercicio en libertad de la creatividad de las personas en el ámbito que proceda, entendiéndose creatividad como el mirar oblicuamente hacia lo establecido como dogma y norma consolidada y desarrollar el potencial de ese ejercicio de libertad creativa, lo que incide realmente en la actitud de emprender e innovar.

Y esa actitud con mayúsculas la encontramos en un icono de nuestra cultura occidental y por extensión de la figura mozartiana, universal. Emprender e innovar, si desde este punto de vista entendemos mejor sus sonatas para piano o cualquiera de sus óperas, seremos capaces de cultivar la actitud necesaria para romper todas y cada una de las paradojas que antes he descrito. Porque el medio y el contexto existen pero son las personas las que piensan y construyen la invención. En ambos casos, Mozart y Beethoven, la actitud inquieta que empuja al hecho de la innovación fue una constante personal. El primero, en la construcción – invención desde lo escaso, el segundo, desde la fuerza y la ruptura de todas las convenciones posibles.

Lo importante no es saber y entender cómo se emprende o cómo se innova, lo importante está en el paso anterior, en ser capaces de emprender e innovar y aún en otro paso anterior, personal, íntimo y solitario, tener la actitud de emprendimiento e innovación dotándonos de la libertad personal y conocimiento suficiente para la creatividad, sin miedo a lo establecido como dogma y norma consolidada en ese momento, temporal y finita, es decir con caducidad, para desarrollar el potencial de ese ejercicio de invención.

¡Libertad, libertad que viva la libertad! – Don Giovanni

La aptitud.
O estar dispuesto a comportarse u obrar. En este caso de saber ser libre y genuino. He aquí donde se encuentra la verdadera esencia de Beethoven, su fuerza y su virtud, la libertad. Emprender se define como, empezar a hacer una cosa determinada, en especial cuando exige esfuerzo o trabajo o cuando tiene cierta importancia o envergadura. E innovar, cambiar las cosas introduciendo novedades. Dos verbos que van de la mano, innovar y emprender. Sin embargo pocas veces el empuje de estos dos verbos hace que se reconstruyan los cimientos asentados durante largo tiempo como con Beethoven, para dar paso a otra arquitectura, otra forma de pensar, de sentir, de percibir o de interpretar la realidad. Es decir, de cambiar el paradigma social, económico, estético, político…  que le tocó vivir.

Si Mozart, elevó a la máxima expresión el clasicismo, Beethoven abrió un nuevo camino creando un nuevo paradigma y encontrándose de bruces con el romanticismo o incluso más allá… más adelante hablaré de “La Grosse Fuge”, en español: la Gran Fuga, un único movimiento para cuarteto de cuerdas compuesto por Beethoven entre 1825 y 1826. Y eso, realmente es de una grandísima acción misma de innovación… demasiado para su época, porque se adelantó 100 años a los postulados mismos del dodecafonismo, ya lo explicaré al final de este capítulo.

El ejercicio de la libertad como actitud personal de innovación. No sólo el vivir la realidad de un contexto político social que deje expresar la acción de las ideas políticas, porque ni Mozart ni Beethoven la tuvieron, una cosa es tener libertad y otra ser libre. De lo que hablo es de la gestión de la libertad personal, de saber ser libre. Esto que parece algo fácil, sencillo, básico, es tremendamente difícil. Pero vayamos por partes, ¿A qué llamamos libertad? a la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad.

Saber ser libre, ha sido la constante, lo inherente en Beethoven. Saber vivir sin miedo a “vivir”. O si lo queremos decir de otra manera, presencia genuina y auténtica, es decir, tener la capacidad de “ser”, no falso,  no artificial, mostrándose sin ningún complejo, contra cualquier condición que pudiera ser superficial u obligada yendo más allá de la convención social. El ejercicio compositivo requiere de un esfuerzo intelectual tan grande, que el vacío (en el sentido de desprender de liberarse) mental, psicológico, físico, es de facto una realidad evidente. De esta manera, el presente consciente se hace natural en Beethoven ante el hecho de su esfuerzo compositivo.

Si se vive en el miedo el ejercicio de la innovación jamás llega. El miedo busca lo seguro y lo más seguro es el cumplimiento de la “norma” por obligación. Sin embargo las mismas normas que sostuvieron la sociedad medieval ya no se aplican en nuestros días. Es obvio que esto es así. Y esto es así, por la continua evolución de nuestras sociedades ante el hecho imparable del emprendimiento y la innovación en todos los ámbitos de nuestra existencia. Saber vivir en libertad es un privilegio, el de saber elegir lo mejor, no lo fácil, donde decir no, es de las cosas más difíciles. Beethoven antepuso siempre la libertad del SER a cualquier cosa. Esa pequeña gran diferencia hizo que fuera capaz de vertebrar el cambio de paradigma.

Pero sigamos, en la práctica, ¿Qué es esto de saber ser libre? ¿Sería algo así?

·        Hacer lo que se quiere
·        Querer lo que se hace
·        Saber lo que se hace
·        Saber para qué se hace

Todo está construido alrededor de tres verbos; querer, hacer y saber o ¿Prefiere otro orden? ¿Este tal vez? saber, querer, hacer.  Quizás sí, quizás este orden responde mejor a saber ser libre, porque actuar, decidir y comportarse libremente supone el ejercicio de la razón y la gestión de la emoción, que se pregunta el por qué y el para qué de las cosas: su finalidad y su sentido. Beethoven sabía ser, sabía muy bien lo que quería y sabía muy bien lo que hacer. Antes he escrito, que una cosa es tener libertad y otra muy distinta ser libre. Beethoven supo ser libre en un contexto donde pocas veces tuvo libertad. Porque sabía ser y lo que hizo lo realizó de manera consciente, plena y genuina.

El conocimiento.
O el conjunto de información almacenada mediante la experiencia o el aprendizaje, o a través de la introspección. En el sentido más amplio del término, se trata de la posesión de múltiples datos interrelacionados que, al ser tomados por sí solos, poseen un menor valor cualitativo. No hablo de “ser” gurú, hablo del obligado conocimiento profundo del oficio, sólo desde ese lugar es posible innovar. No hay otra, lo demás no existe. (Jamás he entendido el término “gurú”. Aquel “especialista” que con una profundidad casi mágica en su conocimiento, ilumina caminos desconocidos y nunca transitados para andarlos sin sobresalto alguno. La realidad es que, una vez visto el tipo de iluminación es mejor ir solos, porque los baches van a estar seguro, los mapas escasean, y las herramientas la mayoría de las veces o no funcionan o sencillamente no valen)

Volvamos a la tercera sinfonía, pasan los años, sí, y cada año que pasa se consolida más el valor de la misma. La revista de música clásica de la BBC llevó a cabo una encuesta entre los compositores más reconocidos de la actualidad para elegir las mejores 10 obras sinfónicas de la historia de la música. Y la heroica, figura entre las 10 primeras. Es curioso saber que semejante obra nace de una profunda crisis de Beethoven, deprimido por sus problemas de salud, su sordera, que le lleva a cuestionarse su futuro musical y hasta pensar en el suicido. Pero emerge con fuerza con la voluntad de seguir adelante con esta tercera sinfonía, con el nuevo espíritu romántico. La crítica, una vez más, no se enteró de nada, y la tachó en su momento de pesada, exagerada, deslavazada... en fin, todo aquel que haya experimentado lo que significa innovar, sabrá perfectamente contra qué y quiénes, tuvo que luchar el maestro. Por supuesto, pasado un tiempo “prudencial” la obra será saludada como un triunfo absoluto. Mediocridad es la palabra y los “sujetos” que la practican, mediocres. De la encuesta que antes he mencionado, el ránking de las diez mejores sinfonías, según los compositores contemporáneos del momento, quedó así:

1.      Beethoven. Sinfonía Nº 3 (1803)
2.      Beethoven. Sinfonía Nº 9 (1824)
3.      Mozart. Sinfonía Nº 41 (1788)
4.      Mahler. Sinfonía Nº 9 (1909)
5.      Mahler. Sinfonía Nº 2 (1894 rev. 1903)
6.      Brahms. Sinfonía Nº 4 (1885)
7.      Berlioz. Sinfonía Fantástica (1830)
8.      Brahms. Sinfonía Nº 1 (1876)
9.      Tchaikovsky. Sinfonía Nº 6 (1893)
10.  Mahler. Sinfonía Nº 3 (1896)

Si esto es como parece, nada más y nada menos que considerar a esta pieza una de las mayores composiciones de todos los tiempos ¿Cómo es entonces dicha sinfonía? ¿Qué nos dice?

El texto siguiente, técnicamente musical, sirve para centrar y entender la innovación que se abrió y aposentó en dicha obra. Solamente voy a exponer lo que sucede con el primer tema del primer movimiento de la obra. Creo suficiente para hacer comprender lo que significó musicalmente esta partitura. Aquí, le pido escusas por el texto escorado hacia la materia técnico compositivo musical.

La sinfonía, en su primer tema del primer movimiento comienza con dos acordes en tutti, que significa literalmente todos juntos, presentando sólidamente la nota  tónica de la tonalidad, Mi bemol Mayor. Esta afirmación de la tonalidad, es decir una determinada organización jerárquica de las relaciones sonoras, predominante en la música de origen europeo desde el siglo XVI al XIX,  no es en absoluto redundante ya que en el séptimo compás, el centro tonal, el sonido jerárquico principal, como he dicho antes mi bemol mayor,  será cuestionado en la melodía que tocan los violonchelos y contrabajos, por una nota alterada, do sostenido, y a juzgar por el revuelo que produjo, posiblemente la nota “certera” más famosa de todo el repertorio sinfónico. Porque ese do sostenido del  compás 7, desvía el centro tonal por un breve momento. Que aunque dos compases después el centro tonal vuelve a ser Mi bemol Mayor, la interrupción causada por esa nota alterada evita que la frase tenga compensación y medida, y por consiguiente que sea claramente percibida como tema. (Una idea musical formada por uno o más motivos o lo que es lo mismo, una breve figura melódica o rítmica, de diseño característico, que ocurre una y otra vez en una composición o sección, como elemento unificador. El motivo se distingue del tema o del sujeto por ser mucho más breve y generalmente fragmentario. En efecto, los motivos suelen derivarse de los temas, y estos últimos se dividen en elementos más breves. Aun sólo dos notas pueden constituir un motivo, si son lo suficientemente características, melódica o rítmicamente.)

Poco después, en el compás 15 una cadencia, serie de acordes o fórmula de melodía que suele coincidir con el fin de una sección en una obra, cierra esta primera exposición del primer tema, en el que sin embargo, no podemos identificar ninguna de las habituales estructuras del clasicismo, puesto que carece de cualquier tipo de repetición que sugiera una sucesión normalizada o al uso establecido hasta esa fecha.

Esta primera presentación del tema se solapa con una segunda entrada del motivo de la fanfarria, (pieza musical corta de gran fuerza y brillantez, interpretada por varias trompetas y otros instrumentos de viento metal, frecuentemente acompañados por instrumentos de percusión) que ahora se desarrolla de forma secuencial, lo que compromete otra vez sus proporciones. Ahora la música se dirige hacia la dominante que aparece en el compás 23. De nuevo esta segunda presentación del tema carece de una estructura semejante a los habituales periodos o frases. Evitando siempre la proporción y claridad formal del tema. Se exponen varias presentaciones del primer tema y ninguna de ellas presenta una estructura clara y concreta, que es lo que esperaríamos del primer tema de una forma sonata-sinfonía clásica. Esta exposición temática no presenta un punto de partida estable, al contrario nos hace partícipes desde el comienzo en una especie de crecimiento dinámico alborotador: no un estado sino un proceso; no ser sino un llegar a ser. El tema no es tanto presentado como es alcanzado tras un duro esfuerzo.

Ese duro esfuerzo, esa lucha, no es sino una búsqueda de la propia identidad, del equilibrio y la forma por parte del primer tema, una búsqueda que se prolongará durante mucho tiempo. De hecho tendremos que esperar casi hasta el final del movimiento (compases 655-673) para escuchar una forma estructuralmente completa del primer tema...

En realidad, toda la obra es una grandísima pregunta. En palabras actuales, tiene que ver más con el proceso de la construcción de la obra de arte como resultado principal de la misma, que con su finalización consolidada, atrapada. Un exponente de aquello que habla, el proceso, el camino, frente a aquello que se afirma, un estado, una cima conseguida.

Un inciso, algunos artistas plásticos del siglo XX, trabajaron esta forma de entender el arte. El arte procesual o arte en proceso es un movimiento artístico así como un sentimiento creativo y un punto de vista sobre el mundo donde el producto final del arte, el objeto de arte, no es el centro de la atención principal. El “proceso” en el arte procesual se refiere al proceso de la formación-producción de arte: la búsqueda, clasificación, recopilación, asociación... El arte procesual está preocupado con el hacer real; el arte como un rito, ritual y performance. El arte procesual a menudo acarrea una motivación inherente, racional e intencional. Por lo tanto, el arte se ve como un viaje creativo o proceso, más que como el producto acabado.

No pretendo decir que Beethoven fuera el precursor del arte procesual, pero no dejo de subrayar que nace en 1770 y muere en 1827. Y su tercera sinfonía, la heroica, hace florecer compositivamente, entre otras muchas cosas, la importancia del proceso, del llegar a ser frente al ser, consolidado, cerrado e inalterado. La valentía es de tal magnitud que nos es difícil imaginarlo, insisto, son los comienzos del ¡siglo XIX!

Y ¿esto cómo se hace? Solo aquellos que tienen el conocimiento de su oficio son los llamados a poder re-mirar su realidad. Re-pensar su oficio y alterar el orden de las cosas. Sin conocimiento profundo no existe la innovación. No se puede innovar sin saber. No se puede aportar valor sin conocer. No se puede redefinir el marco del paradigma vivido sin la excelencia. He hablado de la actitud, faltaba el sustento de todo lo anterior, el conocimiento del oficio. Desde ese conocimiento se puede re-mirar la realidad en la que se vive y de esta forma, descubrir nuevas maneras de aportar valor. Sin conocimiento, todo es superficial, donde se prima el envoltorio, el continente frente al contenido. Conocimiento en vertical, en profundidad. La heroica jamás hubiera nacido de alguien sin conocimientos profundos en música, en el oficio de compositor.

Vuelvo a repetir lo que Beethoven tenía y vertebraba: La actitud inquieta de búsqueda, de saber ser libre y genuino, teniendo el conocimiento y la falta de miedo para re-mirar la realidad en la que se vive y de esta forma, descubrir nuevas maneras de aportar mayor valor que el que se obtiene desde el paradigma que sustenta su realidad.

Voy a abrir un paréntesis para hablar de su gran fuga, Die Grosse fuge. Hoy en día sigue siendo una de las obras menos accesibles de Beethoven y de todo el repertorio musical debido a su complejidad técnica, excelencia estética y estructura formal. Se requiere un esfuerzo de comprensión extremo por parte del oyente. Un crítico después de oír la primera ejecución de la pieza exclamó; ¡Es tan incomprensible como el chino! Beethoven se defendió, ¡no he compuesto la pieza para el presente, sino para el futuro! Y certero fue.

Aquí la pueden escuchar,




Le aconsejo lea algo sobre el dodecafonismo y de Arnold Schoenberg, el padre del mismo. Aquel que rompe el sistema tonal, armónico. Estoy hablando de 1921. Desde su génesis hasta su desarrollo definitivo, durante la segunda mitad del siglo XX, el sistema dodecafónico ha supuesto una ruptura respecto al sistema musical occidental tradicional basado en la tonalidad. El dodecafonismo se sustenta sobre el sistema atonal, y aparece en la denominada “segunda escuela de Viena”, siendo sus principales impulsores Arnold Schönberg (Viena, Austria, 13/09/1.874 – Los Ángeles, EE.UU., 13/07/1.951) y sus discípulos, amigos y compañeros Anton Webern (Viena, 03/12/1.883 – Mittersill, 15/09/1.945) y Alban Berg (Viena, 09/02/1.885 – 24/12/1.935)

Esta nueva corriente musical surgida a comienzos del siglo XX supone el cambio más espectacular en la historia de la música desde Beethoven. El sistema tonal, que había regido las composiciones desde inicios del siglo XVI, veía concluidas sus reservas, en opinión de algunos compositores tales como Schönberg y Webern. Porque según el criterio de los dodecafonistas, las posibilidades que podía ofrecer la música tonal se habían agotado, debido en gran medida a la utilización del cromatismo exagerado por parte de compositores como Richard Wagner (Leipzig, Alemania, 22/05/1.813 – Venecia, Italia, 13/02/1.883), Claude Debussy (Saint-Germain-en-Laye, Francia, 22/08/1.862 – París, id., 25/03/1.918), Gustav Mahler (Kalischt, actual República Checa, 07/07/1.860 – Viena, Austria, 18/05/1.911) y el propio Arnold Schönberg.

El edificio tonal se estaba desmoronando, y por ello, Schönberg comprendió que debía apartarse de las pautas tonales si quería que la música del siglo XX encontrase una salida viable a la situación en la que se hallaba…

A partir de este momento, le aconsejo que escuche la gran fuga de Beethoven, resople, manténgase tranquil@, y después escuche alguna composición de Schönberg, o Webwern o Berg. Y cuando acabe de escucharla, hágase esta pregunta. Si Beethoven hubiera vivido tan sólo 10 años más, ¿Dónde hubiera llegado? Porque al siglo XX llegó (estéticamente). El futuro que él tenía en su cabeza se manifestó 100 años después de su muerte. ¿Innovación? ¿Suerte? Lo segundo no existe.

Existe la actitud, aptitud, conocimiento, falta de miedo y presencia genuina. Y todo eso, tiene un apellido, ¡Beethoven! A imagen y semejanza del espíritu innovador.