El pensamiento lateral en la empresa actual, las miradas oblicuas a otras ciencias y las perlas del pensamiento disonante; el hecho musical de la disonancia como recurso compositivo. Richard Wagner.
“La única manera de descubrir los
límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible.”
Arthur C.
Clarke
Escritor y científico británico.
Autor de obras de divulgación científica y de ciencia ficción, como la novela
2001: Una odisea del espacio, El centinela o Cita con Rama y coguionista de la
película 2001: Una odisea del espacio.
La
disonancia es el conjunto de sonidos que el oído percibe con tensión, y por tal
razón, tiende a rechazarlos. En música, la disonancia es un intervalo (distancia
sonora) que es definido por las reglas de la armonía como «desagradable» al oído.
Se consideran como disonancias los intervalos de segunda menor, segunda mayor,
cuarta aumentada o quinta disminuida (también llamado tritono), séptima menor y
séptima mayor. También se consideran disonantes los intervalos compuestos que
derivan de ellos.
Pero
quizás lo más importante de la anterior definición, es que la tensión que crea
la disonancia «pide» psicológicamente su resolución, es decir, su aumento o
disminución que la lleve a convertirse en una consonancia (el concepto opuesto
al de disonancia es el de consonancia).
Estoy
hablando de tensión, de rechazo, de mal gusto estético, de desazón, de
desajuste… sí, una disonancia produce todo eso. Quedémonos con esto último y
llevémoslo a otros terrenos, no estrictamente al territorio compositivo
musical. Por ejemplo, la estética de los grupos de música Rock, lo que fue
disonante en un momento dado en otro ya no lo era tanto. Recuerde cuando se
escuchó por primera vez a los Beatles, o a cualquier grupo de aquella época,
blancos que tocaban música negra y que además vestían y se cortaban el pelo
como verdaderos demonios escapados del infierno. Visto desde la perspectiva
actual parecían chicos bastante aplicados, limpios, aseados y su música es además
de un clásico del rock & roll, melódica, limpia y pegadiza. ¿Quién lo
hubiera dicho verdad? La imagen bajando del avión de los cuatro de Liverpool al
aeropuerto de Barajas con aquellas ¿melenas? Y con aquella voz de la televisión
de entonces, engolada, regordeta y pomposa, describiendo la llegada o mejor
dicho describiendo aquella “disonancia” que ahora nos parece de un pasado muy
pasado. Disonancia de entonces que se ha convertido en una consonancia digerida
del siglo XX. Ahora hay otras
disonancias que tarde o temprano volverán a ser digeridas por el tiempo, mejor
dicho, por el nuevo paradigma que les dé cobertura, amparo y comprensión. Y así
sucesivamente.
Sin
embargo, ¿Qué hubiera sido sin la existencia o el nacimiento de “esas”
disonancias? ¿Dónde estaríamos como especie? ¿Qué le pasó al primer homínido
que se le ocurrió bajar del árbol?.... sé que estoy simplificando demasiado, al
final, no se trata de un único individuo, se trata más bien de la presión
social o cultural que se ejerce indistintamente en todas las épocas sobre el
grupo humano, la que hace que el ser humano evolucione cultural y socialmente.
Si esto es así, convengamos que cada época tiene sus disonancias. Lo único que
sucede es que cada paradigma tiene su propia tensión, rechazo, mal gusto, desazón,
desajuste…
En música,
como he dicho al comienzo de este capítulo la disonancia se resume en sonidos
que están tan cercanos que sus ondas sonoras, para entendernos, chocan tanto
que producen un sonido estridente, casi cercano al “ruido”. Sin embargo las
disonancias en música siempre han existido. A raíz de esa complicación polifónica,
que relaté en el primer capítulo de este libro, el enriquecimiento sonoro, esto
es, la utilización de otro tipo de densidades sonoras, más allá de varias voces
cantando el mismo sonido produce necesariamente que tarde o temprano nos
encontremos con las disonancias. Y ¿Qué se hace entonces? Porque la música no
puede (podía) estar construida en base a ruidos, ni de manera secuencial ni de
manera alterna. Épocas donde la disonancia no entraba en cabeza del compositor,
donde no constaba como material sonoro a utilizar como recurso compositivo. Fácil,
se invocaba a una palabra: resolver, mejor dicho resolverla (a ella, a la
disonancia, esa fea “cosa” que nace de la propia innovación musical, o de la
valentía de la experimentación).
No voy
a entrar en cómo técnicamente se resuelven las disonancias, si está interesado,
léase cualquier libro de armonía, más o menos lo entenderá, le adelanto que no
es fácil. Y si está más que interesado le recomiendo el Tratado de Armonía Schöenberg,
lea el prólogo y de esas breves páginas entenderá y comprenderá la innovación
musical a lo largo de los siglos en Occidente, Europa obviamente. Digo esto
porque hay mucha gente que piensa que tanto la ordenación de los sonidos y la
estructura musical es universal, que todas las culturas comparten ese tipo de ”estética
musical” occidental. Y eso no es cierto, ni siquiera las escalas y su secuencia
sonora, otra cosa es que dado el impulso imperial de la cultura occidental se
imponga este tipo de entendimiento de lo musical en otras culturas, por ejemplo
en China.
Resolver,
bonito verbo que dignifica otro que subyace. Evitar… sí, evitar el conflicto.
Piense en la disonancia como un conflicto que necesariamente hay que resolver.
Cada tiempo tiene sus maneras de resolver el conflicto, los hay que apenas
utilizan el diálogo. El conflicto se corta de raíz y ya está resuelto. Pero, ¿y
si sumamos más inteligencia? ¿Si pensamos no en evitar, si no en disimular? Si
se piensa, las disonancias son imposibles de evitar. Así que, ¿qué demonios? Lo
mejor es disimularlas. Y esto es lo que se hace (hacía) en música. Cuando
aparece una disonancia se hacen básicamente varias cosas, que dure (en tiempo)
lo mínimo posible y que se convierta inmediatamente (en la secuencia temporal)
en una consonancia sonora. Para entendernos, la que nuestro oído reconoce como
no ruido o estridente. Y ya está, ya tenemos como resolver la disonancia, la disimulamos
cuando aparece detrás de una tranquilidad sonora. Pero sucede algo que no se
tenía tan esperado, y es que, la consonancia que aparece después de cualquier
disonancia se entiende, se escucha, como de una mayor tranquilidad y reposo
auditivo que otra en una secuencia llena de sonidos consonantes.
¡Vaya!
Y ¿Cómo es posible? La respuesta es fácil, el reconocimiento de la paz, la
tranquilidad y el reposo va inexorablemente ligado a saber lo que significa lo
contrario. Es un binomio que no se puede entender el uno sin el otro. Y la
calma se percibe como de mayor calma después de una tormenta. A esto hay que
sumar que los compositores se dieron cuenta de otra cosa, importante, y es que
sin disonancias cualquier composición se escucha como insufrible, aburrida, insípida…
porque evidentemente lo que se produce cuando una disonancia aparece es tensión.
Y la relación entre tensión y distensión o relajación es algo consustancial a
la propia vida, o mejor dicho al ejercicio de la misma. No se comprende el uno
sin el otro. Y la música no es algo independiente del ejercicio vital y
espiritual del ser humano.
Así
que nos encontramos con un problema, por un lado se quieren evitar, porque
suenan mal, y por otro se entienden como más que necesarias. Para resumir de
manera muy brusca, digamos que cada época tiene una capacidad limitada para
escuchar disonancias y a medida que nos vamos acercándonos al siglo XXI, la
capacidad va aumentando. Aunque de esto hablaré al final de este capítulo
porque esto que acabo de escribir no es del todo tan cierto, y hay una
culpable, la radio. Si, parece raro,
después lo entenderá.
Escuchen
este video de Leonard Bernstein explicando el desarrollo histórico musical en 5
minutos. ¡Maravilloso!
Bien,
ya sabemos que los músicos se dieron cuanta inteligentemente que las
disonancias eran necesarias. Tan necesarias como necesario era resolverlas. ¿Por
qué disimular? ¡Utilícense! exclamaron al unísono. En la empresa actual suceden
cosas extraordinarias, como extraordinario es el tener miedo a los pensamientos
disonantes. Ejemplos hay para entretenernos un poco. Tod@s tenemos en mente, multitud
de empresas en donde hayamos estado, que por la propia inercia y cultura
empresarial, básicamente la cultura que se ejerce desde arriba, el tener ideas
disonantes es de gente rara, que aporta poco, más allá de una inutilidad es un
problema. Ergo cualquier persona que crea tener una solución por muy absurda
que parezca, evitará decirla. Desde ese andamiaje solo viene lo de siempre y
como siempre, poco o ningún valor o el valor de “más de lo mismo”. Después se
preguntarán qué sucedió y por qué no van los números.
En el otro extremo tenemos
a APPLE. La secuencia de la aparición de
productos de esa compañía son una sucesión de ideas disonantes que han sido
resueltas, en tiempo, forma y mercado. Y muchos se preguntan por qué APPLE
está donde está. Si es muy sencillo, porque APPLE funciona como una empresa
ambientada en alguna escuela de música llena de estudiantes de composición,
interpretación, dirección orquestal… porque tiene el valor (de valentía) de
permitir e incentivar el pensamiento disonante y convertirlo en el valor (de
valioso) principal de la empresa. La innovación
de Apple es una de las más fértiles y rentables. La presentación de una nueva categoría es el clímax
del proceso de innovación de Apple. Miremos hacia atrás y retrocedamos a las
presentaciones del iPod, el iPhone o el iPad…
Tormenta y calma. Disonancia y consonancia. Hay meses enteros, años
incluso, en los que no sabemos nada nuevo de Apple más allá de las renovaciones
de productos existentes. Y como ejemplo, tan sólo un listado de la secuencia
innovadora poniendo algunos productos “disonantes”…
·
El
iPhone 5s.
·
iBeacons
y sus posibilidades.
·
El
Apple TV no para de incorporar canales nuevos.
·
Controladores
de juegos para iOS.
·
MacBook
Air con batería de 12 horas.
·
Actualización
a Mavericks gratuita.
·
Más
software gratuito con iWork y iLife.
·
Touch
ID y pagos con el iPhone.
·
Chip
A7 tan potente como algunos procesadores de sobremesa.
·
Mac
Pro.
·
iTunes
Radio.
·
El
coprocesador M7.
·
MacBook
Pro con pantalla retina.
·
iOS
7.
Benditas disonancias, como dijo Jeff Bezos, el fundador y
director ejecutivo de Amazon, “Creo que tienes que estar dispuesto a ser malinterpretado si quieres
innovar.”
Richard Wagner,
con su estilo musical, con su exploración sin precedentes de la expresión
emocional, introdujo nuevas ideas en la armonía, en el proceso melódico, con su
leitmotiv, (o tema musical recurrente en una composición y, por extensión,
motivo central recurrente de una obra literaria o cinematográfica) y la estructura
operística. En particular, desde su ópera Tristán e Isolda, explorando los
límites tradicionales de la armadura tonal que da a las tonalidades y acordes
su identidad, marcando el camino de la atonalidad en el siglo XX. Algunos
historiadores musicales fechan el comienzo de la música contemporánea en las
primeras notas de Tristán, conocidas como “el acorde de Tristán”. Muchos
compositores se alinearon a favor y en contra de su música. Gustav Mahler
afirmó: “Solo hubo Beethoven y Richard [Wagner]; y después de ellos, nadie”.
Las revoluciones armónicas del siglo XX de Claude Debussy y Arnold Schönberg se
asocian con obras suyas, particularmente con Tristán y Parsifal. La forma
italiana del realismo operístico, conocido como verismo, le debe mucho a la
reconstrucción wagneriana de la forma musical. En sus propias palabras, “Busco la obra de arte total”, por cierto algo
muy aristotélico.
Wagner hizo una
importante contribución a los principios y prácticas de la dirección orquestal.
Su ensayo Sobre la dirección (1869) avanzó las primeras obras de Hector Berlioz
y propuso que la dirección era un medio por el cual una obra musical puede ser
reinterpretada, en lugar de ser un simple mecanismo para conseguir la ejecución
orquestal armónica. Ejemplificó este enfoque en su propia forma de dirigir, que
era significativamente más flexible que el enfoque disciplinado del resto.
En el tema que nos compete,
digamos que Wagner era una disonancia andante. Él como persona y su música en
especial. Literal, los acordes Wagnerianos son gigantescos. Me voy a explicar,
un acorde es un conjunto de tres o más notas diferentes que suenan
simultáneamente y que constituyen una unidad armónica. Digo tres porque es el
número mínimo para que se considere acorde. Y generalmente en distancia de una
nota a otra de tercera, ejemplo fácil, el acorde de Do Mayor estaría compuesto
por las notas Do (la siguiente nota a una distancia de tercera) Mi, y la
siguiente nota a distancia de tercera, Sol. Así que tenemos el acorde de Do
mayor (no quiero confundirle y sumar complejidad al texto, si usted no sabe
música, pero es importante que lo entienda)
formado por las notas Do Mi Sol (la nota Mi en este caso es natural no
está alterada, digo esto porque si lo estuviera y fuera un Mi Bemol, el acorde
sería de Do menor, que es el modo o si lo prefiere en carácter del acorde. Muy
básico, el modo mayor es enérgico, positivo… el menor es triste, melancólico…
un ejemplo, Do menor es la tonalidad de la sonata para piano de Beethoven
llamada “La patética”).
Pues bien, imagínese que
empieza a sumar notas a un acorde básico (en el capítulo dedicado a Mozart se
lo explicaré más en profundidad), do mi sol si re fa la do, en secuencia de
terceras (lo estoy simplificando para que se entienda, en realidad no es del todo
exacto porque depende de la tonalidad de la obra). Y ¿Qué nos encontramos? Que
nacen disonancias por todos los lados y en todas direcciones, en el acorde
gigante que he dibujado: el do con el re, el mi con el fa, el si con el do…
disonancias que en este caso como la distancia o la tesitura de cada sonido es
más o menos lejana se atenúa. El resultado una composición que bordea la misma
esencia armónica, y que da a la composición Wagneriana cromatismo, color
sonoro, fuerza y tensión. Sin el hecho disonante Wagner no tendría sentido. En
su época, ya lo ha leído, generaba amor u odio, no existió un término medio con
este compositor. ¿Qué encontró? Un nuevo paradigma musical, y dramático,
preparó el siglo XX: Hoy Wagner es algo así como Luis XIV, un rey sol en el
universo musical.
Son ejemplos de lucha, de
cabezonería, de esfuerzo y de compromiso. En la empresa actual, la escucha del
pensamiento disonante es más que necesario. La mirada no puede ser siempre la
de siempre. Esto es ya imposible. El hecho de que se siga en esa línea caduca
de pensamiento antiguo y gestión obsoleta, de restringir y penalizar al que
piensa de manera diferente al resto, o lo que es peor, de sembrar un estilo de
dirección y ambiente de trabajo en donde las ideas disonantes se consideren
radicales en su esencia, es a todas luces absurdo, caduco, antiguo y lacerante
para los intereses de la propia empresa.
Lo necesario para crear el
ambiente de libertad intelectual y profesional se podría resumir en pocas
cosas. Tomemos el ejemplo de Wagner, en realidad su mayor logro, lejos del
significante musical o su forma de componer, que también, es la de aglutinar en
una misma obra el pensamiento lateral y
la escucha multidisciplinar. Un buen
ejemplo, la ópera como expresión de casi todo, música, teatro, danza, artes
plásticas, moda, ingeniería, arquitectura, le aconsejo que estudie el caso del
Bayreuther Festspielhaus, teatro de ópera de Bayreuth, en Baviera, Alemania,
que se dedica exclusivamente a la representación de las óperas compuestas por Richard
Wagner.
Los productos de APPLE, a
¿qué obedecen? Son productos de ingeniería, de diseño, arte, tecnología,
escena, creación artificial de demanda… en sí mismos son productos operísticos
más que otra cosa. Ópera en sentido no literal obviamente. Que responden a esa
idea wagneriana de la obra de arte total. Dotándose del valor de la escucha a
los otr@s. Aquellos que no pertenecen a su propio gremio, pero que son
necesarios, porque la forma de pensar y de construir una idea o solución se
altera, produciendo la necesaria fricción intelectual para los momentos en los
que estamos viviendo.
Cada persona tiene una
mayor facilidad y capacidad para hacer determinadas tareas o disciplinas en el
trabajo. La búsqueda de la complementariedad no solo mejora el resultado final
sino que también optimiza los recursos empleados en el proceso. De hecho, lejos
de ser un problema incrementa las probabilidades de éxito. Especialmente el
aprendizaje y la escucha activa de cada uno de los miembros del equipo, sale
reforzada al entender las perspectivas de los demás, obligando en el proceso a
abrir la mente y a salirse del espacio de confort intelectual, laboral,
conceptual... generando pensamiento lateral, es decir, pensamiento diferencial y
tiempo de calidad. Para poder extraer todos los beneficios implícitos en este
tipo de procesos de trabajo, derivados de pensamientos disonantes e
interacciones entre los miembros que lo conforman en su diferencia, se requiere
una buena organización de metodologías precisas, consecuentes con este tipo de
enfoque de creación de valor. El objetivo principal es que la diversidad de los
puntos de vista aportados por cada uno de los miembros vaya mejorando continuadamente
el resultado final.
Actualmente existen
metodologías, que enfatizan el trabajo cocreado, multidisciplinar y abierto a
la escucha activa. Fundamentalmente en el ámbito del desarrollo de Software
como Scrum, Lean y Kanban.
En 1995 Ken Schwaber y Jeff
Sutherland, introducen Scrum, un
marco de trabajo que permite a los equipos trabajar conjuntamente en la entrega
de software iterativa e incrementalmente.
Los equipos Scrum organizan el trabajo en espacios de tiempo limitado
denominados Sprint, que duran un máximo de un mes, lo que produce un conjunto
de funcionalidad completa y activa en cada Sprint. El marco de trabajo de Scrum
es fácil de entender, y se ha vuelto muy popular entre los equipos de desarrollo
de software.
El patrón de pensamiento Lean es una manera de abordar la
optimización del sistema centrándose en la reducción de los desperdicios y mejorando
el flujo global en todo el sistema. Lean tiene un historial muy completo en
fabricación y ha ganado popularidad en los círculos de desarrollo de software
en años recientes. Cuando se aplica al desarrollo de software, Lean Thinking se
plasma en los siete principios siguientes, publicados en el libro, Lean
Software Development:
1.
Elimina (desechos)
2.
Amplia (aprendizaje)
3.
Decide
4.
Entrega (tan pronto como sea posible)
5.
Empodera (al equipo)
6.
Integra
7.
Consulta
Aplicar estos principios al
trabajo de entrega de un producto de software no es un objetivo final. Se trata
de usar los principios de Lean como orientación en la toma de decisiones y de
elegir las técnicas que mejorarán la globalidad del sistema.
Kanban, es una técnica con
orígenes en el pensamiento Lean, que usa dicho pensamiento en un método formal
que se centra en reducir la entrega de desechos, entregar a su debido tiempo y
evitar la sobrecarga de aquellos que realizan el trabajo. A diferencia de
Scrum, Kanban no es un método iterativo e incremental; en lugar de basarse en
iteraciones, Kanban se basa en cinco actividades básicas.
1.
Visualizar (flujo de trabajo)
2.
Limitar (el trabajo en curso)
3.
Administrar (el flujo)
4.
Hacer directivas explícitas (proceso)
5.
Colaboración
Las ventajas de aplicar este
tipo de metodologías es ya un hecho exitoso dentro del desarrollo software.
Actualmente, se utilizan este tipo de herramientas en ámbitos muy diferentes al
desarrollo de software. Las metodologías de pensamiento ágil, en todo lo que
signifique producción desde la innovación son una realidad palpable y
consecuente en el contexto competitivo actual.
Pero sobretodo, lo que
evidencian es la enfatización del valor del pensamiento lateral,
multidisciplinar, que permita la disonancia y siendo corregida o dirigida, siempre
se aporte valor de manera iterativa y procesual.
Volvamos al acorde de Tristán,
lo he mencionado antes, ¿lo recuerda? Es un acorde ni resuelto, ni preparado,
un placer diferido. Se trata de una intensificación del placer, más aún cuando
la no resolución es otra disonancia. El contexto tonal se deshizo con la misma
y no tiene un punto de tranquilidad, de reposo, lo que le dota a la obra de un
dramatismo increíble. Jamás hasta Wagner ese dramatismo musical fue tan enorme, tan gigantesco.
Le aconsejo que vea este
pequeño video, maravilloso en su explicación,
O este otro en español,
Bien, ese acorde está en el
tercer compás del preludio de la obra, muy disonante y a la vez tremendamente
dulce, sin preparar y sin resolver. Un enigma. Este acorde será utilizado para
acabar toda la ópera, en el último momento del último acto. Una obra pegada al
espíritu pegado a su tiempo. El Zeitgeist, originalmente una expresión del
idioma alemán que significa "el espíritu (Geist) del tiempo (Zeit)".
Es decir pegado al clima intelectual, cultural y social de una era.
Escúchelo aquí, basta con los
3 primeros minutos, y entienda la fuerza dramática. Aunque le aconsejo que lo
escuche entero. Sé que Wagner es difícil de percibir si no tiene por costumbre escuchar música
clásica, pero merece la pena.
La manera de componer de
Richard Wagner era eminentemente por trozos, por secuencias temporales
concordantes, por ciclos. En esta obra, Tristán e Isolda, cada noche presentaba
lo compuesto por el día a su amada, Cósima Von Bulow, llamándose a sí mismo, el visitante del crepúsculo. Su manera de componer era eminentemente...
le dejo a usted que le ponga el nombre. Si le digo que eran procesos cortos de
tiempo y esfuerzo contenido, evaluación constante y redirección cuando era
necesario, ¿a qué le suena? El leit
motiv es una evidencia de este sistema y metodología de pensamiento creativo.
Si ha escuchado entero el preludio, no digo ya la ópera, creo que se hace más
que evidente esto que le estoy diciendo.
En las óperas de Wagner, no
exentas de melodías, la tonalidad cada vez se diluye más y la línea del canto
es entre cantada y recitada. La música de Richard está impregnada de
voluptuosidad y de heroísmo, hipnotiza al oyente, le asombra, le envuelve y le
arrastra para llevarle por donde el compositor desea dentro de la historia que
tiene lugar en el escenario. Destruyó
por completo la separación en compartimentos estancos de la ópera italiana.
En su ensayo “la obra de arte total” describe lo que él entendía por ella, “la
obra de arte del futuro es una obra común y no puede surgir más que de una
demanda común […] aquello que hace posible la participación de todos, aquello
que la hace necesaria y que jamás podría manifestarse sin esa participación, es
el núcleo genuino del drama, a saber, la acción dramática... aquella en que
cada disciplina artística aporta al todo su peculiar e insustituible medio de
expresión, asegurando que solo en ese cooperativismo artístico cada una de
ellas (la danza, la música, la poesía, la arquitectura, la escultura y la
pintura) logra ser todo aquello que puede ser: […] solo cuando una modalidad
artística es necesaria e indispensable resulta ser a la vez y enteramente
aquello que es, que puede y debe ser”.
¿Recuerda el postulado
principal de las metodologías ágiles? Una manera de abordar la optimización del
sistema centrándose en la reducción de los desperdicios y mejorando el flujo
global en todo el sistema. El postulado compositivo de Wagner, se entendía por
un gran sistema imbricado entre todos los componentes. A veces indistinguibles,
a veces mezclados, pero lo que no era permitido era el desperdicio. No existía
ninguna nota, frase musical o cualquier cosa que apareciese en sus dramas
musicales, que fuera tomado como innecesario, artificial o basura estética.
En el capítulo 6 de este
libro, cuando lea sobre Mozart, se dará cuenta que esto que en Wagner
obviamente era el resultado de su forma de componer, en Mozart era el resultado
de su forma de pensar y en Bach en su forma de estar con Dios. La delicadeza de
Mozart hace además que si fuera quitada una solo nota en cualquier composición
suya, ya no sería lo mismo. Mozart nació con un bisturí de precisión musical en
su cabeza. Bach con un fervor y pasión por el hecho transcendente, la música la
convertía en oración, plegaria, misericordia y rezo. Wagner, con un teatro debajo del brazo, una
actitud escénica brutal, enorme, monumental, preparando el paroxismo y la
exageración del siglo XX. Unidad en
su postulado estético, agilidad en
su forma de componer y densidad en
su forma de pensar.
Volvamos al paradigma
metodológico y de producción ágil, un modelo y metodología de Gestión, diseñado por la compañía TOYOTA para sus
plantas de fabricación de automóviles, durante la década de los años 70, cuyo
objetivo era desarrollar una cultura hacia
una organización más eficiente mediante unos cambios en los procesos del
negocio con el fin de incrementar la velocidad de respuesta por medio de
reducción de desperdicios, costes y tiempos.
En la actualidad, las
empresas más competitivas de todos los sectores de la industria emplean este
sistema de gestión y sus herramientas asociadas para conseguir ser los mejores.
Como he dicho antes no
olvidemos qué gira alrededor de estas consideraciones;
·
identificar el Valor para los
clientes. No debemos pensar por los clientes. El cliente paga por las cosas
que cree que tienen valor y no por las cosas que pensamos que son valiosas. Las
actividades de valor añadido son
aquellas que el cliente está dispuesto a pagar por ellas. Todas las otras son desperdicios.
·
Identificar el mapa de la cadena
de valor para cada producto/servicio. La secuencia de actividades que
permite responder a una necesidad del cliente representa un flujo de valor.
Creando un mapa de la cadena de valor, es posible identificar aquellas
actividades que no agregan valor, desde el punto de vista del cliente, a fin de
poder eliminarlas.
·
Favorecer el flujo (sin interrupción). Debemos lograr un movimiento continuo del producto/servicio a través de la cadena
de valor. Por ello, tenemos que reducir los tiempos de demora en el flujo
de valor, quitando los obstáculos en el proceso.
·
Dejar que los clientes “tiren” de la producción. La aplicación del
Flujo genera una respuesta más rápida y
exacta con un menor esfuerzo y menores desperdicios. Permite producir sólo
lo que el cliente pide y evita la generación de un stock innecesario.
·
Perseguir la perfección (mejora continua). Hay que
seguir trabajando constantemente para conseguir unos ciclos de producción más
cortos, obtener la producción ideal (calidad y cantidad), focalizar los
esfuerzos en el valor para el cliente. "Ninguna máquina o proceso llegará
a un punto a partir del cual no se puede seguir mejorando" (Sakichi Toyoda
- 1890).
En el
universo compositivo de Wagner, el leit motiv va creciendo, cambiando, evolucionando
con el libreto. El ambiente escénico se adapta en cada momento a la atmósfera
dramático musical. La fluidez es observada por la imbricación que se da
necesariamente entre todas las artes que toman parte en el drama Wagneriano, el
valor estético y espiritual crece a medida que transcurre la obra. Existe la
transfiguración de personajes, el desdoblamiento e incluso la confusión escénica
entre los mismos. El oyente espectador es atrapado por la atmósfera y por el
continuo proceso de iteración permanente con el leit motiv, el proceso constante de creación de valor y
sentido es el verdadero paradigma compositivo de Richard Wagner. Un proceso de mejora continua y
acercamiento a la obra de arte total.
Dentro
de los métodos para la Gestión de la Calidad y las Técnicas para la mejora
continua, destaca por su sencillez y sentido práctico el Kaizen, un armonioso método de mejora continua que resalta por poder
ser aplicado en cualquier ámbito de la vida, social, personal, negocios... La expresión Kaizen deviene de las palabras
japonesas “kai” y “zen” que significan, acción
del cambio + mejora continua, gradual y ordenada. Básicamente pivota alrededor
de estos tres ejes, mejora continua, eliminación de desperdicios y alejamiento
de los despilfarros dados en los sistemas productivos. Un largo camino comienza con un pequeño paso: todo proceso de
cambio debe comenzar con una decisión y debe ser progresivo e iterativo. Y en
ese proceso productivo las necesidades de los clientes se empoderan
especialmente.
En
este sentido, el valor que adquiere el tiempo, que se considera un recurso
estratégico, es absolutamente esencial. El tiempo es uno de los recursos más
escasos dentro de cualquier organización, sin embargo uno de los que se
desperdician con más frecuencia. Es el único activo irrecuperable que es común
a todas las empresas independientemente de su tamaño, el recurso más crítico y
valioso. Otros activos son recuperables y pueden utilizarse en algo alternativo
si su primer uso no resulta satisfactorio; pero con el tiempo no se puede hacer
lo mismo. La utilización ineficiente del tiempo da como resultado el
estancamiento, es decir, no agrega valor
alguno y produce despilfarro.
Aquí
abro un paréntesis para explicarle la diferencia entre el tiempo que transcurre
irremediablemente en nuestro quehacer y que se sustancia en el tiempo marcado
por el reloj y el tiempo musical. A este segundo le vamos a llamar “tempo”, y
es algo así como el carácter que imprime el uso del tiempo en una pieza musical.
Es algo interpretable, para determinar el tempo de la obra musical, se
empleaban determinadas palabras como andante, allegro, etc. que aportaban una
idea subjetiva de la velocidad de la pieza y a la vez aportaban información
sobre el carácter o la expresión que había que dar a la música. La invención
del metrónomo aportó mayor precisión y dio lugar a las indicaciones metronómicas
contemporáneas. Le aconsejo que, si quiere saber más, lea sobre el famoso
director de orquesta rumano, Sergiu Celibidache, su estilo se caracteriza por una gran
espontaneidad, apoyada en extravagantes métodos de ensayo, por una total
libertad al escoger los tempi (tempo en plural, en italiano) que, a menudo, son
mucho más lentos que los utilizados por los demás directores de orquesta, y
además, por una enorme sutileza en los matices tímbricos, lo que acentúa el carácter
dramático de la música. El interés de Celibidache radicaba en crear, en cada
concierto, las condiciones óptimas para lo que él llamó una “experiencia
trascendental”. Creía que dicha experiencia era difícilmente comparable a la
audición de la música grabada, razón por la cual la evitaba. Como resultado,
algunos de sus conciertos dieron al público experiencias excepcionales; tal es
el caso de su concierto en el Carnegie Hall, en 1984, considerado por el crítico
del New York Times John Rockwell como el mejor en sus 25 años de asistencia a
conciertos.
He
querido subrayar la diferencia entre tiempo y tempo, para hacerle ver la
importancia de los detalles, ya conocerá el famoso dicho inglés, “the devil is
in the details”, en este caso, tanto en el mundo empresarial como en el ámbito
musical, los detalles cobran un sentido más amplio y con más derivadas y
consecuencias que las que puedan parecer a priori. En todas las metodologías y
modelos empresariales de gestión ágil, el tiempo, su uso y su gestión es un
vector importantísimo. No tanto el de hacer algo en un tiempo determinado, como
se establecía dentro del ámbito más clásico o si queremos dentro del
entendimiento del tiempo productivo del siglo XX. Porque ahí radica la
diferencia con el siglo anterior: en el establecer, encontrar y adquirir tiempo
de calidad. La producción en serie dotaba al tiempo de una producción más
parecida a la frecuencia de fabricación, un número determinado de productos por
una unidad de tiempo. De lo que estamos hablando es del uso del tiempo en toda
la plenitud emocional, intelectual con la condensación y concentración máxima
posible de la persona que está realizando la tarea.
La
dotación de valor requiere de ese manejo y gestión del tiempo. Por eso he hecho
la diferencia del principio, el tiempo empresarial se va pareciendo cada vez más
al tempo musical. No sólo es el transcurso literal de un tiempo marcado por el
reloj, va más allá. Si de lo que hablamos es de tiempo de calidad. Es el
sentido del tiempo y la interpretación del mismo en el lugar de trabajo. Es un
tiempo mucho más denso y complejo, ya que intervienen factores hasta ahora
desestimados como son, emociones, relaciones, conocimientos, inquietudes,
expectativas, crecimiento, excelencia… que se deben y tienen que dar en un
tiempo limitado y gestionado. Y todo ello dentro de un flujo complejo de
interconexiones con más departamentos, personas, especialidades etc… que se dan
inexorablemente en la empresa contemporánea.
Ni qué
decir que si de tiempo se trata, los músicos llevan experimentando y estudiando
lo que significa desde el principio. No creo que exista en otro ámbito de la
realización humana algo semejante. Incluso voy más allá, si digo que el tiempo
de calidad es algo con lo que los músicos llevamos trabajando de manera
constante y sin interrupción, es algo ineludible. Y la demostración más
palpable de esto es el uso del silencio. En realidad un buen músico sabe y
entiende que el mayor secreto de la música es la gestión musical de la ausencia
de sonido, uno de los estremecimientos más profundos del alma.
Dice
una máxima pitagórica: “Si se os pregunta: ¿qué es el silencio?, responded: la
primera piedra del templo de la filosofía”. Como dijo Stravinsky: la creación
musical o el “fenómeno musical” como él lo llamaba, es el resultado de un
proceso de especulación, podremos convenir entonces en que el silencio es el
punto de partida de ese proceso. La creación musical reside en el acto de
poblar un vacío sonoro existente con una combinación lógica de sonidos, primero
en un plano abstracto y luego a nivel físico y sensorial. Es decir, entendemos
al silencio como nuestra tabula rasa, equivalente a lo que sería el lienzo
incoloro para un pintor, o un terreno sin construir para un arquitecto.
Beethoven.
En su novena sinfonía, nos lleva a un momento sublime: un acorde monumental, en
que la orquesta y el coro, al unísono, gritan la palabra “Gott” (Dios) en la
oda final. Es un inmenso acorde, sin embargo no es ese acorde lo que produce la
asombrosa sensación de estremecimiento, ese acorde no sería nada sin el
silencio estruendoso que le sigue a continuación. ¡Silencio!
El
tiempo de calidad es algo inherente a la música, uno de sus ladrillos
principales. La relación entre el “tiempo de reloj” y “el tempo” es el manejo
de la calidad de lo interpretado, la excelencia de lo compuesto y lo
inconmensurablemente vivido por esto que llamamos música.
Acabo
este capítulo hablando de la radio,
si se acuerda al principio de este capítulo he hablado de las disonancias.
Luego lo retomaré con más profundidad cuando le hable de Arnold Schönberg en el capítulo 7 de este mismo libro. Las disonancias no preparadas ni
resueltas en el sistema compositivo del dodecafonismo fue una de sus consecuencias
estéticas más pragmáticas al ser escuchada cualquier composición de este tipo.
Esta estética tan característica del sigo XX no cuajó entre los oyentes, de
manera más o menos certera, incluso en los melómanos, o aquellos que están
acostumbrados a escuchar música clásica, entre otras razones por la invención
de la radio y especialmente las radio fórmulas musicales.
Si lo pensamos, el hecho compositivo de la música pop,
rock o cualquier otra manifestación de la música popular, exceptuando el jazz, (utilizo esta acepción para diferenciarla de
la música clásica, en ningún modo pretendo ponerla en menor consideración que
el resto de “músicas”) es muy básico, sus armonías son anteriores a Mozart, sus
ritmos son marcados tanto, que se parecen a secuencias rítmicas de tribus de
cazadores recolectores que utilizan para el acompañamiento a los ritos de paso
e iniciación, y sus melodías son a veces tan pegadizas que no esconden ningún
tipo de complejidad compositiva más allá de ser estupendas melodías, que no es
poco. La diferencia sustancial es el timbre de los instrumentos “electrónicos” y la especulación sonora con sonidos de síntesis,
creados artificialmente por computadoras.
Con esto quiero decir que la radio ha hecho que nos
acostumbremos a unos cánones de estética musical muy difíciles de romper o a
unas convenciones estético musicales extraordinariamente fuertes. Tanto que nos
es difícil escuchar cualquier pieza musical de las llamadas “contemporáneas”,
por la imposibilidad de comprenderlas, ante una educación del oído
excesivamente simple. Se da una paradoja, probablemente, en este momento seamos
más reacios a la escucha de las disonancias, que a principios del siglo pasado.
Un inciso, y lo mismo sucede con la plástica contemporánea y la televisión… piénselo.
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