El pensamiento lateral en la empresa actual, las miradas oblicuas a otras ciencias y las perlas del pensamiento disonante; el hecho musical de la disonancia como recurso compositivo. Richard Wagner.

“La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible.”
Arthur C. Clarke
Escritor y científico británico. Autor de obras de divulgación científica y de ciencia ficción, como la novela 2001: Una odisea del espacio, El centinela o Cita con Rama y coguionista de la película 2001: Una odisea del espacio.



La disonancia es el conjunto de sonidos que el oído percibe con tensión, y por tal razón, tiende a rechazarlos. En música, la disonancia es un intervalo (distancia sonora) que es definido por las reglas de la armonía como «desagradable» al oído. Se consideran como disonancias los intervalos de segunda menor, segunda mayor, cuarta aumentada o quinta disminuida (también llamado tritono), séptima menor y séptima mayor. También se consideran disonantes los intervalos compuestos que derivan de ellos.

Pero quizás lo más importante de la anterior definición, es que la tensión que crea la disonancia «pide» psicológicamente su resolución, es decir, su aumento o disminución que la lleve a convertirse en una consonancia (el concepto opuesto al de disonancia es el de consonancia).

Estoy hablando de tensión, de rechazo, de mal gusto estético, de desazón, de desajuste… sí, una disonancia produce todo eso. Quedémonos con esto último y llevémoslo a otros terrenos, no estrictamente al territorio compositivo musical. Por ejemplo, la estética de los grupos de música Rock, lo que fue disonante en un momento dado en otro ya no lo era tanto. Recuerde cuando se escuchó por primera vez a los Beatles, o a cualquier grupo de aquella época, blancos que tocaban música negra y que además vestían y se cortaban el pelo como verdaderos demonios escapados del infierno. Visto desde la perspectiva actual parecían chicos bastante aplicados, limpios, aseados y su música es además de un clásico del rock & roll, melódica, limpia y pegadiza. ¿Quién lo hubiera dicho verdad? La imagen bajando del avión de los cuatro de Liverpool al aeropuerto de Barajas con aquellas ¿melenas? Y con aquella voz de la televisión de entonces, engolada, regordeta y pomposa, describiendo la llegada o mejor dicho describiendo aquella “disonancia” que ahora nos parece de un pasado muy pasado. Disonancia de entonces que se ha convertido en una consonancia digerida del siglo XX.  Ahora hay otras disonancias que tarde o temprano volverán a ser digeridas por el tiempo, mejor dicho, por el nuevo paradigma que les dé cobertura, amparo y comprensión. Y así sucesivamente.

Sin embargo, ¿Qué hubiera sido sin la existencia o el nacimiento de “esas” disonancias? ¿Dónde estaríamos como especie? ¿Qué le pasó al primer homínido que se le ocurrió bajar del árbol?.... sé que estoy simplificando demasiado, al final, no se trata de un único individuo, se trata más bien de la presión social o cultural que se ejerce indistintamente en todas las épocas sobre el grupo humano, la que hace que el ser humano evolucione cultural y socialmente. Si esto es así, convengamos que cada época tiene sus disonancias. Lo único que sucede es que cada paradigma tiene su propia tensión, rechazo, mal gusto, desazón, desajuste…

En música, como he dicho al comienzo de este capítulo la disonancia se resume en sonidos que están tan cercanos que sus ondas sonoras, para entendernos, chocan tanto que producen un sonido estridente, casi cercano al “ruido”. Sin embargo las disonancias en música siempre han existido. A raíz de esa complicación polifónica, que relaté en el primer capítulo de este libro, el enriquecimiento sonoro, esto es, la utilización de otro tipo de densidades sonoras, más allá de varias voces cantando el mismo sonido produce necesariamente que tarde o temprano nos encontremos con las disonancias. Y ¿Qué se hace entonces? Porque la música no puede (podía) estar construida en base a ruidos, ni de manera secuencial ni de manera alterna. Épocas donde la disonancia no entraba en cabeza del compositor, donde no constaba como material sonoro a utilizar como recurso compositivo. Fácil, se invocaba a una palabra: resolver, mejor dicho resolverla (a ella, a la disonancia, esa fea “cosa” que nace de la propia innovación musical, o de la valentía de la experimentación).

No voy a entrar en cómo técnicamente se resuelven las disonancias, si está interesado, léase cualquier libro de armonía, más o menos lo entenderá, le adelanto que no es fácil. Y si está más que interesado le recomiendo el Tratado de Armonía Schöenberg, lea el prólogo y de esas breves páginas entenderá y comprenderá la innovación musical a lo largo de los siglos en Occidente, Europa obviamente. Digo esto porque hay mucha gente que piensa que tanto la ordenación de los sonidos y la estructura musical es universal, que todas las culturas comparten ese tipo de ”estética musical” occidental. Y eso no es cierto, ni siquiera las escalas y su secuencia sonora, otra cosa es que dado el impulso imperial de la cultura occidental se imponga este tipo de entendimiento de lo musical en otras culturas, por ejemplo en China.

Resolver, bonito verbo que dignifica otro que subyace. Evitar… sí, evitar el conflicto. Piense en la disonancia como un conflicto que necesariamente hay que resolver. Cada tiempo tiene sus maneras de resolver el conflicto, los hay que apenas utilizan el diálogo. El conflicto se corta de raíz y ya está resuelto. Pero, ¿y si sumamos más inteligencia? ¿Si pensamos no en evitar, si no en disimular? Si se piensa, las disonancias son imposibles de evitar. Así que, ¿qué demonios? Lo mejor es disimularlas. Y esto es lo que se hace (hacía) en música. Cuando aparece una disonancia se hacen básicamente varias cosas, que dure (en tiempo) lo mínimo posible y que se convierta inmediatamente (en la secuencia temporal) en una consonancia sonora. Para entendernos, la que nuestro oído reconoce como no ruido o estridente. Y ya está, ya tenemos como resolver la disonancia, la disimulamos cuando aparece detrás de una tranquilidad sonora. Pero sucede algo que no se tenía tan esperado, y es que, la consonancia que aparece después de cualquier disonancia se entiende, se escucha, como de una mayor tranquilidad y reposo auditivo que otra en una secuencia llena de sonidos consonantes.

¡Vaya! Y ¿Cómo es posible? La respuesta es fácil, el reconocimiento de la paz, la tranquilidad y el reposo va inexorablemente ligado a saber lo que significa lo contrario. Es un binomio que no se puede entender el uno sin el otro. Y la calma se percibe como de mayor calma después de una tormenta. A esto hay que sumar que los compositores se dieron cuenta de otra cosa, importante, y es que sin disonancias cualquier composición se escucha como insufrible, aburrida, insípida… porque evidentemente lo que se produce cuando una disonancia aparece es tensión. Y la relación entre tensión y distensión o relajación es algo consustancial a la propia vida, o mejor dicho al ejercicio de la misma. No se comprende el uno sin el otro. Y la música no es algo independiente del ejercicio vital y espiritual del ser humano. 

Así que nos encontramos con un problema, por un lado se quieren evitar, porque suenan mal, y por otro se entienden como más que necesarias. Para resumir de manera muy brusca, digamos que cada época tiene una capacidad limitada para escuchar disonancias y a medida que nos vamos acercándonos al siglo XXI, la capacidad va aumentando. Aunque de esto hablaré al final de este capítulo porque esto que acabo de escribir no es del todo tan cierto, y hay una culpable, la radio.  Si, parece raro, después lo entenderá.

Escuchen este video de Leonard Bernstein explicando el desarrollo histórico musical en 5 minutos. ¡Maravilloso!



Bien, ya sabemos que los músicos se dieron cuanta inteligentemente que las disonancias eran necesarias. Tan necesarias como necesario era resolverlas. ¿Por qué disimular? ¡Utilícense! exclamaron al unísono. En la empresa actual suceden cosas extraordinarias, como extraordinario es el tener miedo a los pensamientos disonantes. Ejemplos hay para entretenernos un poco. Tod@s tenemos en mente, multitud de empresas en donde hayamos estado, que por la propia inercia y cultura empresarial, básicamente la cultura que se ejerce desde arriba, el tener ideas disonantes es de gente rara, que aporta poco, más allá de una inutilidad es un problema. Ergo cualquier persona que crea tener una solución por muy absurda que parezca, evitará decirla. Desde ese andamiaje solo viene lo de siempre y como siempre, poco o ningún valor o el valor de “más de lo mismo”. Después se preguntarán qué sucedió y por qué no van los números.

En el otro extremo tenemos a APPLE. La secuencia de la aparición de productos de esa compañía son una sucesión de ideas disonantes que han sido resueltas, en tiempo, forma y mercado. Y muchos se preguntan por qué APPLE está donde está. Si es muy sencillo, porque APPLE funciona como una empresa ambientada en alguna escuela de música llena de estudiantes de composición, interpretación, dirección orquestal… porque tiene el valor (de valentía) de permitir e incentivar el pensamiento disonante y convertirlo en el valor (de valioso) principal de la empresa. La innovación de Apple es una de las más fértiles y rentables. La presentación de una nueva categoría es el clímax del proceso de innovación de Apple. Miremos hacia atrás y retrocedamos a las presentaciones del iPod, el iPhone o el iPad…  Tormenta y calma. Disonancia y consonancia. Hay meses enteros, años incluso, en los que no sabemos nada nuevo de Apple más allá de las renovaciones de productos existentes. Y como ejemplo, tan sólo un listado de la secuencia innovadora poniendo algunos productos “disonantes”…

·        El iPhone 5s.
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Benditas disonancias, como dijo Jeff Bezos, el fundador y director ejecutivo de Amazon, “Creo que tienes que estar dispuesto a ser malinterpretado si quieres innovar.”

Richard Wagner, con su estilo musical, con su exploración sin precedentes de la expresión emocional, introdujo nuevas ideas en la armonía, en el proceso melódico, con su leitmotiv, (o tema musical recurrente en una composición y, por extensión, motivo central recurrente de una obra literaria o cinematográfica) y la estructura operística. En particular, desde su ópera Tristán e Isolda, explorando los límites tradicionales de la armadura tonal que da a las tonalidades y acordes su identidad, marcando el camino de la atonalidad en el siglo XX. Algunos historiadores musicales fechan el comienzo de la música contemporánea en las primeras notas de Tristán, conocidas como “el acorde de Tristán”. Muchos compositores se alinearon a favor y en contra de su música. Gustav Mahler afirmó: “Solo hubo Beethoven y Richard [Wagner]; y después de ellos, nadie”. Las revoluciones armónicas del siglo XX de Claude Debussy y Arnold Schönberg se asocian con obras suyas, particularmente con Tristán y Parsifal. La forma italiana del realismo operístico, conocido como verismo, le debe mucho a la reconstrucción wagneriana de la forma musical. En sus propias palabras,  “Busco la obra de arte total”, por cierto algo muy aristotélico. 

Wagner hizo una importante contribución a los principios y prácticas de la dirección orquestal. Su ensayo Sobre la dirección (1869) avanzó las primeras obras de Hector Berlioz y propuso que la dirección era un medio por el cual una obra musical puede ser reinterpretada, en lugar de ser un simple mecanismo para conseguir la ejecución orquestal armónica. Ejemplificó este enfoque en su propia forma de dirigir, que era significativamente más flexible que el enfoque disciplinado del resto.

En el tema que nos compete, digamos que Wagner era una disonancia andante. Él como persona y su música en especial. Literal, los acordes Wagnerianos son gigantescos. Me voy a explicar, un acorde es un conjunto de tres o más notas diferentes que suenan simultáneamente y que constituyen una unidad armónica. Digo tres porque es el número mínimo para que se considere acorde. Y generalmente en distancia de una nota a otra de tercera, ejemplo fácil, el acorde de Do Mayor estaría compuesto por las notas Do (la siguiente nota a una distancia de tercera) Mi, y la siguiente nota a distancia de tercera, Sol. Así que tenemos el acorde de Do mayor (no quiero confundirle y sumar complejidad al texto, si usted no sabe música, pero es importante que lo entienda)   formado por las notas Do Mi Sol (la nota Mi en este caso es natural no está alterada, digo esto porque si lo estuviera y fuera un Mi Bemol, el acorde sería de Do menor, que es el modo o si lo prefiere en carácter del acorde. Muy básico, el modo mayor es enérgico, positivo… el menor es triste, melancólico… un ejemplo, Do menor es la tonalidad de la sonata para piano de Beethoven llamada “La patética”).

Pues bien, imagínese que empieza a sumar notas a un acorde básico (en el capítulo dedicado a Mozart se lo explicaré más en profundidad), do mi sol si re fa la do, en secuencia de terceras (lo estoy simplificando para que se entienda, en realidad no es del todo exacto porque depende de la tonalidad de la obra). Y ¿Qué nos encontramos? Que nacen disonancias por todos los lados y en todas direcciones, en el acorde gigante que he dibujado: el do con el re, el mi con el fa, el si con el do… disonancias que en este caso como la distancia o la tesitura de cada sonido es más o menos lejana se atenúa. El resultado una composición que bordea la misma esencia armónica, y que da a la composición Wagneriana cromatismo, color sonoro, fuerza y tensión. Sin el hecho disonante Wagner no tendría sentido. En su época, ya lo ha leído, generaba amor u odio, no existió un término medio con este compositor. ¿Qué encontró? Un nuevo paradigma musical, y dramático, preparó el siglo XX: Hoy Wagner es algo así como Luis XIV, un rey sol en el universo musical.

Son ejemplos de lucha, de cabezonería, de esfuerzo y de compromiso. En la empresa actual, la escucha del pensamiento disonante es más que necesario. La mirada no puede ser siempre la de siempre. Esto es ya imposible. El hecho de que se siga en esa línea caduca de pensamiento antiguo y gestión obsoleta, de restringir y penalizar al que piensa de manera diferente al resto, o lo que es peor, de sembrar un estilo de dirección y ambiente de trabajo en donde las ideas disonantes se consideren radicales en su esencia, es a todas luces absurdo, caduco, antiguo y lacerante para los intereses de la propia empresa.

Lo necesario para crear el ambiente de libertad intelectual y profesional se podría resumir en pocas cosas. Tomemos el ejemplo de Wagner, en realidad su mayor logro, lejos del significante musical o su forma de componer, que también, es la de aglutinar en una misma obra el pensamiento lateral y la escucha multidisciplinar.  Un buen ejemplo, la ópera como expresión de casi todo, música, teatro, danza, artes plásticas, moda, ingeniería, arquitectura, le aconsejo que estudie el caso del Bayreuther Festspielhaus, teatro de ópera de Bayreuth, en Baviera, Alemania, que se dedica exclusivamente a la representación de las óperas compuestas por Richard Wagner.

Los productos de APPLE, a ¿qué obedecen? Son productos de ingeniería, de diseño, arte, tecnología, escena, creación artificial de demanda… en sí mismos son productos operísticos más que otra cosa. Ópera en sentido no literal obviamente. Que responden a esa idea wagneriana de la obra de arte total. Dotándose del valor de la escucha a los otr@s. Aquellos que no pertenecen a su propio gremio, pero que son necesarios, porque la forma de pensar y de construir una idea o solución se altera, produciendo la necesaria fricción intelectual para los momentos en los que estamos viviendo.

Cada persona tiene una mayor facilidad y capacidad para hacer determinadas tareas o disciplinas en el trabajo. La búsqueda de la complementariedad no solo mejora el resultado final sino que también optimiza los recursos empleados en el proceso. De hecho, lejos de ser un problema incrementa las probabilidades de éxito. Especialmente el aprendizaje y la escucha activa de cada uno de los miembros del equipo, sale reforzada al entender las perspectivas de los demás, obligando en el proceso a abrir la mente y a salirse del espacio de confort intelectual, laboral, conceptual... generando pensamiento lateral, es decir, pensamiento diferencial y tiempo de calidad. Para poder extraer todos los beneficios implícitos en este tipo de procesos de trabajo, derivados de pensamientos disonantes e interacciones entre los miembros que lo conforman en su diferencia, se requiere una buena organización de metodologías precisas, consecuentes con este tipo de enfoque de creación de valor. El objetivo principal es que la diversidad de los puntos de vista aportados por cada uno de los miembros vaya mejorando continuadamente el resultado final.

Actualmente existen metodologías, que enfatizan el trabajo cocreado, multidisciplinar y abierto a la escucha activa. Fundamentalmente en el ámbito del desarrollo de Software como Scrum, Lean y Kanban.

En 1995 Ken Schwaber y Jeff Sutherland, introducen Scrum, un marco de trabajo que permite a los equipos trabajar conjuntamente en la entrega de software iterativa e incrementalmente. Los equipos Scrum organizan el trabajo en espacios de tiempo limitado denominados Sprint, que duran un máximo de un mes, lo que produce un conjunto de funcionalidad completa y activa en cada Sprint. El marco de trabajo de Scrum es fácil de entender, y se ha vuelto muy popular entre los equipos de desarrollo de software.

El patrón de pensamiento Lean es una manera de abordar la optimización del sistema centrándose en la reducción de los desperdicios y mejorando el flujo global en todo el sistema. Lean tiene un historial muy completo en fabricación y ha ganado popularidad en los círculos de desarrollo de software en años recientes. Cuando se aplica al desarrollo de software, Lean Thinking se plasma en los siete principios siguientes, publicados en el libro, Lean Software Development:

1.     Elimina (desechos)
2.     Amplia (aprendizaje)
3.     Decide
4.     Entrega (tan pronto como sea posible)
5.     Empodera (al equipo)
6.     Integra
7.     Consulta

Aplicar estos principios al trabajo de entrega de un producto de software no es un objetivo final. Se trata de usar los principios de Lean como orientación en la toma de decisiones y de elegir las técnicas que mejorarán la globalidad del sistema.

Kanban, es una técnica con orígenes en el pensamiento Lean, que usa dicho pensamiento en un método formal que se centra en reducir la entrega de desechos, entregar a su debido tiempo y evitar la sobrecarga de aquellos que realizan el trabajo. A diferencia de Scrum, Kanban no es un método iterativo e incremental; en lugar de basarse en iteraciones, Kanban se basa en cinco actividades básicas.
1.     Visualizar (flujo de trabajo)
2.     Limitar (el trabajo en curso)
3.     Administrar (el flujo)
4.     Hacer directivas explícitas (proceso)
5.     Colaboración

Las ventajas de aplicar este tipo de metodologías es ya un hecho exitoso dentro del desarrollo software. Actualmente, se utilizan este tipo de herramientas en ámbitos muy diferentes al desarrollo de software. Las metodologías de pensamiento ágil, en todo lo que signifique producción desde la innovación son una realidad palpable y consecuente en el contexto competitivo actual.

Pero sobretodo, lo que evidencian es la enfatización del valor del pensamiento lateral, multidisciplinar, que permita la disonancia y siendo corregida o dirigida, siempre se aporte valor de manera iterativa y procesual.

Volvamos al acorde de Tristán, lo he mencionado antes, ¿lo recuerda? Es un acorde ni resuelto, ni preparado, un placer diferido. Se trata de una intensificación del placer, más aún cuando la no resolución es otra disonancia. El contexto tonal se deshizo con la misma y no tiene un punto de tranquilidad, de reposo, lo que le dota a la obra de un dramatismo increíble. Jamás hasta Wagner ese dramatismo musical  fue tan enorme, tan gigantesco.

Le aconsejo que vea este pequeño video, maravilloso en su explicación,


O este otro en español,



Bien, ese acorde está en el tercer compás del preludio de la obra, muy disonante y a la vez tremendamente dulce, sin preparar y sin resolver. Un enigma. Este acorde será utilizado para acabar toda la ópera, en el último momento del último acto. Una obra pegada al espíritu pegado a su tiempo. El Zeitgeist, originalmente una expresión del idioma alemán que significa "el espíritu (Geist) del tiempo (Zeit)". Es decir pegado al clima intelectual, cultural y social de una era.

Escúchelo aquí, basta con los 3 primeros minutos, y entienda la fuerza dramática. Aunque le aconsejo que lo escuche entero. Sé que Wagner es difícil de percibir  si no tiene por costumbre escuchar música clásica, pero merece la pena.



La manera de componer de Richard Wagner era eminentemente por trozos, por secuencias temporales concordantes, por ciclos. En esta obra, Tristán e Isolda, cada noche presentaba lo compuesto por el día a su amada, Cósima Von Bulow,  llamándose a sí mismo, el visitante del crepúsculo. Su manera de componer era eminentemente... le dejo a usted que le ponga el nombre. Si le digo que eran procesos cortos de tiempo y esfuerzo contenido, evaluación constante y redirección cuando era necesario, ¿a qué le suena?  El leit motiv es una evidencia de este sistema y metodología de pensamiento creativo. Si ha escuchado entero el preludio, no digo ya la ópera, creo que se hace más que evidente esto que le estoy diciendo.

En las óperas de Wagner, no exentas de melodías, la tonalidad cada vez se diluye más y la línea del canto es entre cantada y recitada. La música de Richard está impregnada de voluptuosidad y de heroísmo, hipnotiza al oyente, le asombra, le envuelve y le arrastra para llevarle por donde el compositor desea dentro de la historia que tiene lugar en el escenario. Destruyó por completo la separación en compartimentos estancos de la ópera italiana. En su ensayo “la obra de arte total” describe lo que él entendía por ella, “la obra de arte del futuro es una obra común y no puede surgir más que de una demanda común […] aquello que hace posible la participación de todos, aquello que la hace necesaria y que jamás podría manifestarse sin esa participación, es el núcleo genuino del drama, a saber, la acción dramática... aquella en que cada disciplina artística aporta al todo su peculiar e insustituible medio de expresión, asegurando que solo en ese cooperativismo artístico cada una de ellas (la danza, la música, la poesía, la arquitectura, la escultura y la pintura) logra ser todo aquello que puede ser: […] solo cuando una modalidad artística es necesaria e indispensable resulta ser a la vez y enteramente aquello que es, que puede y debe ser”.

¿Recuerda el postulado principal de las metodologías ágiles? Una manera de abordar la optimización del sistema centrándose en la reducción de los desperdicios y mejorando el flujo global en todo el sistema. El postulado compositivo de Wagner, se entendía por un gran sistema imbricado entre todos los componentes. A veces indistinguibles, a veces mezclados, pero lo que no era permitido era el desperdicio. No existía ninguna nota, frase musical o cualquier cosa que apareciese en sus dramas musicales, que fuera tomado como innecesario, artificial o basura estética.

En el capítulo 6 de este libro, cuando lea sobre Mozart, se dará cuenta que esto que en Wagner obviamente era el resultado de su forma de componer, en Mozart era el resultado de su forma de pensar y en Bach en su forma de estar con Dios. La delicadeza de Mozart hace además que si fuera quitada una solo nota en cualquier composición suya, ya no sería lo mismo. Mozart nació con un bisturí de precisión musical en su cabeza. Bach con un fervor y pasión por el hecho transcendente, la música la convertía en oración, plegaria, misericordia y rezo.  Wagner, con un teatro debajo del brazo, una actitud escénica brutal, enorme, monumental, preparando el paroxismo y la exageración del siglo XX. Unidad en su postulado estético, agilidad en su forma de componer y densidad en su forma de pensar.

Volvamos al paradigma metodológico y de producción ágil, un modelo y metodología de Gestión,  diseñado por la compañía TOYOTA para sus plantas de fabricación de automóviles, durante la década de los años 70, cuyo objetivo era desarrollar una cultura hacia una organización más eficiente mediante unos cambios en los procesos del negocio con el fin de incrementar la velocidad de respuesta por medio de reducción de desperdicios, costes y tiempos.

En la actualidad, las empresas más competitivas de todos los sectores de la industria emplean este sistema de gestión y sus herramientas asociadas para conseguir ser los mejores.

Como he dicho antes no olvidemos qué gira alrededor de estas consideraciones;

·        identificar el Valor para los clientes. No debemos pensar por los clientes. El cliente paga por las cosas que cree que tienen valor y no por las cosas que pensamos que son valiosas. Las actividades de valor añadido son aquellas que el cliente está dispuesto a pagar por ellas. Todas las otras son desperdicios.

·        Identificar el mapa de la cadena de valor para cada producto/servicio. La secuencia de actividades que permite responder a una necesidad del cliente representa un flujo de valor. Creando un mapa de la cadena de valor, es posible identificar aquellas actividades que no agregan valor, desde el punto de vista del cliente, a fin de poder eliminarlas.

·        Favorecer el flujo (sin interrupción). Debemos lograr un movimiento continuo del producto/servicio a través de la cadena de valor. Por ello, tenemos que reducir los tiempos de demora en el flujo de valor, quitando los obstáculos en el proceso.

·        Dejar que los clientes “tiren” de la producción. La aplicación del Flujo genera una respuesta más rápida y exacta con un menor esfuerzo y menores desperdicios. Permite producir sólo lo que el cliente pide y evita la generación de un stock innecesario.

·        Perseguir la perfección (mejora continua). Hay que seguir trabajando constantemente para conseguir unos ciclos de producción más cortos, obtener la producción ideal (calidad y cantidad), focalizar los esfuerzos en el valor para el cliente. "Ninguna máquina o proceso llegará a un punto a partir del cual no se puede seguir mejorando" (Sakichi Toyoda - 1890).

En el universo compositivo de Wagner, el leit motiv va creciendo, cambiando, evolucionando con el libreto. El ambiente escénico se adapta en cada momento a la atmósfera dramático musical. La fluidez es observada por la imbricación que se da necesariamente entre todas las artes que toman parte en el drama Wagneriano, el valor estético y espiritual crece a medida que transcurre la obra. Existe la transfiguración de personajes, el desdoblamiento e incluso la confusión escénica entre los mismos. El oyente espectador es atrapado por la atmósfera y por el continuo proceso de iteración permanente con el leit motiv, el proceso constante de creación de valor y sentido es el verdadero paradigma compositivo de Richard Wagner. Un proceso de mejora continua y acercamiento a la obra de arte total.

Dentro de los métodos para la Gestión de la Calidad y las Técnicas para la mejora continua, destaca por su sencillez y sentido práctico el Kaizen, un armonioso método de mejora continua que resalta por poder ser aplicado en cualquier ámbito de la vida, social, personal, negocios...  La expresión Kaizen deviene de las palabras japonesas “kai” y “zen” que significan,  acción del cambio + mejora continua, gradual y ordenada. Básicamente pivota alrededor de estos tres ejes, mejora continua, eliminación de desperdicios y alejamiento de los despilfarros dados en los sistemas productivos. Un largo camino comienza con un pequeño paso: todo proceso de cambio debe comenzar con una decisión y debe ser progresivo e iterativo. Y en ese proceso productivo las necesidades de los clientes se empoderan especialmente.

En este sentido, el valor que adquiere el tiempo, que se considera un recurso estratégico, es absolutamente esencial. El tiempo es uno de los recursos más escasos dentro de cualquier organización, sin embargo uno de los que se desperdician con más frecuencia. Es el único activo irrecuperable que es común a todas las empresas independientemente de su tamaño, el recurso más crítico y valioso. Otros activos son recuperables y pueden utilizarse en algo alternativo si su primer uso no resulta satisfactorio; pero con el tiempo no se puede hacer lo mismo. La utilización ineficiente del tiempo da como resultado el estancamiento, es decir, no agrega valor alguno y produce despilfarro.

Aquí abro un paréntesis para explicarle la diferencia entre el tiempo que transcurre irremediablemente en nuestro quehacer y que se sustancia en el tiempo marcado por el reloj y el tiempo musical. A este segundo le vamos a llamar “tempo”, y es algo así como el carácter que imprime el uso del tiempo en una pieza musical. Es algo interpretable, para determinar el tempo de la obra musical, se empleaban determinadas palabras como andante, allegro, etc. que aportaban una idea subjetiva de la velocidad de la pieza y a la vez aportaban información sobre el carácter o la expresión que había que dar a la música. La invención del metrónomo aportó mayor precisión y dio lugar a las indicaciones metronómicas contemporáneas. Le aconsejo que, si quiere saber más, lea sobre el famoso director de orquesta rumano, Sergiu Celibidache,  su estilo se caracteriza por una gran espontaneidad, apoyada en extravagantes métodos de ensayo, por una total libertad al escoger los tempi (tempo en plural, en italiano) que, a menudo, son mucho más lentos que los utilizados por los demás directores de orquesta, y además, por una enorme sutileza en los matices tímbricos, lo que acentúa el carácter dramático de la música. El interés de Celibidache radicaba en crear, en cada concierto, las condiciones óptimas para lo que él llamó una “experiencia trascendental”. Creía que dicha experiencia era difícilmente comparable a la audición de la música grabada, razón por la cual la evitaba. Como resultado, algunos de sus conciertos dieron al público experiencias excepcionales; tal es el caso de su concierto en el Carnegie Hall, en 1984, considerado por el crítico del New York Times John Rockwell como el mejor en sus 25 años de asistencia a conciertos.

He querido subrayar la diferencia entre tiempo y tempo, para hacerle ver la importancia de los detalles, ya conocerá el famoso dicho inglés, “the devil is in the details”, en este caso, tanto en el mundo empresarial como en el ámbito musical, los detalles cobran un sentido más amplio y con más derivadas y consecuencias que las que puedan parecer a priori. En todas las metodologías y modelos empresariales de gestión ágil, el tiempo, su uso y su gestión es un vector importantísimo. No tanto el de hacer algo en un tiempo determinado, como se establecía dentro del ámbito más clásico o si queremos dentro del entendimiento del tiempo productivo del siglo XX. Porque ahí radica la diferencia con el siglo anterior: en el establecer, encontrar y adquirir tiempo de calidad. La producción en serie dotaba al tiempo de una producción más parecida a la frecuencia de fabricación, un número determinado de productos por una unidad de tiempo. De lo que estamos hablando es del uso del tiempo en toda la plenitud emocional, intelectual con la condensación y concentración máxima posible de la persona que está realizando la tarea.

La dotación de valor requiere de ese manejo y gestión del tiempo. Por eso he hecho la diferencia del principio, el tiempo empresarial se va pareciendo cada vez más al tempo musical. No sólo es el transcurso literal de un tiempo marcado por el reloj, va más allá. Si de lo que hablamos es de tiempo de calidad. Es el sentido del tiempo y la interpretación del mismo en el lugar de trabajo. Es un tiempo mucho más denso y complejo, ya que intervienen factores hasta ahora desestimados como son, emociones, relaciones, conocimientos, inquietudes, expectativas, crecimiento, excelencia… que se deben y tienen que dar en un tiempo limitado y gestionado. Y todo ello dentro de un flujo complejo de interconexiones con más departamentos, personas, especialidades etc… que se dan inexorablemente en la empresa contemporánea.

Ni qué decir que si de tiempo se trata, los músicos llevan experimentando y estudiando lo que significa desde el principio. No creo que exista en otro ámbito de la realización humana algo semejante. Incluso voy más allá, si digo que el tiempo de calidad es algo con lo que los músicos llevamos trabajando de manera constante y sin interrupción, es algo ineludible. Y la demostración más palpable de esto es el uso del silencio. En realidad un buen músico sabe y entiende que el mayor secreto de la música es la gestión musical de la ausencia de sonido, uno de los estremecimientos más profundos del alma. 

Dice una máxima pitagórica: “Si se os pregunta: ¿qué es el silencio?, responded: la primera piedra del templo de la filosofía”. Como dijo Stravinsky: la creación musical o el “fenómeno musical” como él lo llamaba, es el resultado de un proceso de especulación, podremos convenir entonces en que el silencio es el punto de partida de ese proceso. La creación musical reside en el acto de poblar un vacío sonoro existente con una combinación lógica de sonidos, primero en un plano abstracto y luego a nivel físico y sensorial. Es decir, entendemos al silencio como nuestra tabula rasa, equivalente a lo que sería el lienzo incoloro para un pintor, o un terreno sin construir para un arquitecto.

Beethoven. En su novena sinfonía, nos lleva a un momento sublime: un acorde monumental, en que la orquesta y el coro, al unísono, gritan la palabra “Gott” (Dios) en la oda final. Es un inmenso acorde, sin embargo no es ese acorde lo que produce la asombrosa sensación de estremecimiento, ese acorde no sería nada sin el silencio estruendoso que le sigue a continuación. ¡Silencio!

El tiempo de calidad es algo inherente a la música, uno de sus ladrillos principales. La relación entre el “tiempo de reloj” y “el tempo” es el manejo de la calidad de lo interpretado, la excelencia de lo compuesto y lo inconmensurablemente vivido por esto que llamamos música.

Acabo este capítulo hablando de la radio, si se acuerda al principio de este capítulo he hablado de las disonancias. Luego lo retomaré con más profundidad cuando le hable de Arnold Schönberg en el capítulo 7 de este mismo libro. Las disonancias no preparadas ni resueltas en el sistema compositivo del dodecafonismo fue una de sus consecuencias estéticas más pragmáticas al ser escuchada cualquier composición de este tipo. Esta estética tan característica del sigo XX no cuajó entre los oyentes, de manera más o menos certera, incluso en los melómanos, o aquellos que están acostumbrados a escuchar música clásica, entre otras razones por la invención de la radio y especialmente las radio fórmulas musicales.

Si lo pensamos, el hecho compositivo de la música pop, rock o cualquier otra manifestación de la música popular, exceptuando el jazz,  (utilizo esta acepción para diferenciarla de la música clásica, en ningún modo pretendo ponerla en menor consideración que el resto de “músicas”) es muy básico, sus armonías son anteriores a Mozart, sus ritmos son marcados tanto, que se parecen a secuencias rítmicas de tribus de cazadores recolectores que utilizan para el acompañamiento a los ritos de paso e iniciación, y sus melodías son a veces tan pegadizas que no esconden ningún tipo de complejidad compositiva más allá de ser estupendas melodías, que no es poco. La diferencia sustancial es el timbre de los instrumentos “electrónicos”  y la especulación sonora con sonidos de síntesis, creados artificialmente por computadoras.

Con esto quiero decir que la radio ha hecho que nos acostumbremos a unos cánones de estética musical muy difíciles de romper o a unas convenciones estético musicales extraordinariamente fuertes. Tanto que nos es difícil escuchar cualquier pieza musical de las llamadas “contemporáneas”, por la imposibilidad de comprenderlas, ante una educación del oído excesivamente simple. Se da una paradoja, probablemente, en este momento seamos más reacios a la escucha de las disonancias, que a principios del siglo pasado. Un inciso, y lo mismo sucede con la plástica contemporánea y la televisión… piénselo.



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